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70 años de la Plaza México

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El día de ayer, después de muchos años y gracias a la generosidad de mi sobrina Bárbara y su esposo, regreso a la Plaza México para presenciar la corrida de los matadores José Tomás y Joselito Adame. Se conmemoran 70 años de la plaza, inaugurada el 5 de febrero de 1946. Primero, lo primero, 3 tacos de a pie; chicharrón, mole verde y achicalada con su respectiva Victoria, luego la entrada a la plaza, el acceso, la revisión e instalarse en el lugar correspondiente; segundo tendido, fila 17, asiento 456, justo junto al “negro”, añejo cervecero de 74 años de edad, quien no dejó de abastecer del vital líquido al respetable, el público de siempre: raza brava: vulgar y corriente; dueños y señores del tendido. Se extraña al “mano negra” y al “merulas”, añejos cerveceros a quienes bien conocía desde los años 60,  70, y 80s, en el tendido de sol.

La tarde estaba preciosa, la temperatura de templada a cálida, cielo despejado y poco viento, sin amenaza de lluvia, el lleno “hasta el reloj” y la expectativa de una buena tarde: enorme. 45,000 personas llenan los tendidos, lumbreras y barreras, todos son unos excepcionales expertos taurinos, con una tesis irrevocable sobre su punto de vista sobre la fiesta, su manera de interpretarla y sentirla, defender al torero de su preferencia a ultranza y asegurar “haber visto la mejor tarde de toros”; que fue aquella dónde… -al toro se le dieron 14 varas y sacaron muertos a 7 caballos, ¡era la muerte con pitones! -. O bien, el recuerdo de aquella tarde donde Manolo Martínez aguantó al toro a una distancia de 20 centímetros de su pecho para desahogarlo en una chicuelina monumental para enloquecer a la plaza. Es desde luego lo más rico de la fiesta, miles de anécdotas, reseñas y tardes memorables, el nombre de toros y toreros, el peso del animal, el nombre de la ganadería de procedencia y sobre todo haber sido testigo presencial del lance y el recuerdo entre “el olvido y el no me acuerdo” para recrear al mito: Gaona, Garza, Silveti, – Juán, El Tigre de Guanajuato-, Luis Castro “El Soldado”, Solórzano, Huerta, Capetillo, Arruza, Martínez, Cavazos, “Carnicerito”, Arellano y cientos más, dignos de mejor memoria. Recuerdos entreverados y aderezados con los nombres de alguno que otro burel, sin duda alguna el más recordado: “Islero” y recientemente “Navegante”.

El escenario perfecto, los matadores insuperables, la disposición del público expectante, pero, la fiesta no está completa si no hay TORO y aquí este elemento básico estuvo ausente; Novillos engordados, otros faltos de bravura y trapío, rehuían el pleito y se doblaban con una puyazo. Se agradece la voluntad de los protagonistas y la suerte del sexto de la tarde al que Joselito le cortó dos orejas. Una tarde con más pena que gloria.

Llama particularmente la atención el desfile de los “antitaurinos” un grupúsculo como de 30 gentes que gritaban incongruencias, defendían quién sabe qué y se advierte que entre éste grupillo y los acarreados del Frente Popular Francisco Villa, no hay ninguna distancia; borregos, pagados e ignorantes.

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No voy a referir aquí lo que a la literatura, la pintura y otras artes han aportado a la tauromaquia, ni la cantidad enorme de obras y citas que han aportado diferentes artistas e intelectuales a lo largo de los tiempos, simplemente diré que esta fiesta es una herencia de las fiestas Dionisíacas, las fiestas de la carne y el placer, como lo son las fiestas del Carnaval.

En lo personal lo que más me llama la atención de la fiesta es su sentido de liturgia, un ritual que lleva un orden y un sentido: el desafío, el reto, la fatalidad. El enfrentamiento del hombre con la bestia. La cantidad de símbolos de este ritual es infinita, pero el que más me llama la atención, es el acto de enfrentar al toro. El hombre se tiene que probar, por esta razón se propone grandes retos y desafíos. En el Toreo el hombre se humaniza, esto es, dominar al toro, significa dominarse a sí mismo, dominar a la bravura, templar el impulso, enfrentar a la muerte y conquistar al instinto, es dominarse a sí mismo, por esto, lo que nos humaniza es el dominio de los impulsos, el mando sobre el instinto y esta parte de brutalidad incontenible que se advierte en la casta y la bravura del toro y en nosotros mismos. El toreo puede hacerse con estilo, conocimiento y oficio. Por esto, es arte, por eso se viste de luces, por eso vemos un arte plástico efímero, por eso nos aficionamos a la más bella de todas las fiestas, para celebrar la vida, el arte de vivir y de expresarnos a nosotros mismos en una forma que a todos nos humaniza.

 

 

Psicólogo del Deporte. Jorge E. García Z.

 

Correo Electrónico: jge_garci@hotmail.com

 

 

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